1961
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Las obras del '''Puente Cal y Canto''' se iniciaron con reos, en calidad de mano de obra forzada. Fueron acollarados en parejas, con cadenas por los pies. De noche se recogían en galpones adaptados como presidios junto a la obra misma. Luis Manuel de Zañartu, corregidor de Santiago, recorría bodegones, casas de juego, chinganas y otros reductos de mala muerte y apresaba a los que no conseguían huir. Los dueños de esclavos los enviaban por unos días a las obras cuando debían ser castigados. Los presidiarios que sucumbían a los latigazos, la insolación u otros males —Zañartu mató a uno con su propia mano— eran enviados a una "sala de presos convalecientes" en el Hospital San Borja, actual [[Santiago_centro-oriente#Estaci.C3.B3n_11:_San_Borja|Remodelación San Borja]].
El procurador de pobres, Diego Toribio de la Cueva, denunció "los implacables gemidos del continuado padecer de estos miserables, que se hhalan hallan trabajando al rigor del sol, con una vergonzosa desnudez, mal comidos, enfermos y ultrajados". Zañartu contestó entre otras cosas que recibían tres panes y una libra de charqui al día "con que viven fornidos y lozanos".
En 1779 se estableció un impuesto al mate para financiar el puente. Ocurre que el mate era la más popular de las infusiones. Algunos años después la británica '''María Graham''' escribió que el desayuno chileno “''Consiste a veces en caldo, o carne y vino, pero todos toman mate y chocolate junto a la cama''”. Sería más tarde en el siglo XIX que, por influencia británica, el té desplazó al mate.
La fabricación de esta argamasa se le llamaba “hacer la pega”, en referencia a sus propiedades adhesivas. Era la tarea más dura, lo que explica que hasta hoy hablemos de “la pega” como sinónimo de trabajo.