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Plantilla:Cerro Santa Lucia

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Historia del Cerro Santa Lucía
Este es uno de los espacios públicos más notables de Santiago. De fácil acceso y en pleno centro de la ciudad, ofrece vistas panorámicas a sus barrios aledaños, gracias a sus casi 70 metros de altura.
Su historia remonta mucho antes a la llegada Antes del arribo de los españoles a América. Era europeos el Huelén era un lugar sagrado donde los indígenas del valle del Mapocho practicaban sacrificios. '''Pedro de Valdivia''' lo renombró Cerro en honor a Santa Lucía al tomar posesión del valle, debido a que su llegada acaeció de Siracusa (Sicilia) porque llegaron un 13 de diciembre, día en el que la santa padeció el martirio durante la persecución de Diocleciano. De acuerdo con la tradición cristiana los guardias no pudieron moverla, ni siquiera cuando la ataron a una yunta de bueyes. Luego amontonaron fardos de leña y les prendieron fuego, pero no ardieron, de modo que le clavaron una espada en la garganta. En esa colina establecieron los conquistadores españoles sus primeras ermitas: la de la Virgen del Socorro, de Santa Lucía, y de San Saturnino.
El 11 de septiembre de 1541, a siete meses de la fundación, las huestes de Michimalonco destruyeron lo poco que había alcanzado a levantarse. Los colonos se pasaron dos años arrimados al fuerte del Santa Lucía a punta de “sabandijas u otras comidas muy ruines”. Consolaban el buche con ratas, insectos, hierbas silvestres y lo que pillaran. O robándoles provisiones a los indígenas en sus refugios andinos. Con un poco de suerte lograban cazar guanacos, a los que llamaban “carneros de la tierra”. De ropa europea solo quedaban harapos. Acabado el papel las actas cabildo se estamparon en tiras de cuero que acabaron en el estómago de los perros.
Durante la colonia, era un paseo habitual de los hombres el encaramarse por la ladera sur del Santa Lucía para observar desde la altura a las mujeres de la Casa de Recogidas. En ese lugar eran recibidas desde 1723, mujeres arrepentidas por su mala vida, enviadas por la justicia por ser “''mujeres públicas''”, o por sus familiares y esposos para “''corregir sus costumbres''”
Durante la reconquista, '''Casimiro Marcó del Pont''' -último —último gobernador español en Chile- Chile— mandó a construir en el lugar dos fuertes para defender la ciudad de los ataques independentistas. No fueron utilizadas.
{{dato|'''Diego Barros Arana''' inmortalizó a '''Casimiro Marcó del Pont''' con la frase más memorable de los libros escolares de historia de Chile: “''de escasa intelijencia, pusilánime i afeminado''”. Tras ser nombrado gobernador, desembarcó en Chile con 23 baúles y 59 cajones. Luego recibió desde España un vistoso coche y otros artículos de lujo.}}
En 1852 se estableció en el cerro el primer '''Observatorio Astronómico Nacional''', a su vez uno de los primeros observatorios astronómicos de América, y uno de los más activos en el siglo XIX. ¡Claro que era un par de pinches casitas de madera!.
La mayor y más importante transformación de lo que hasta entonces era "una doliente aglomeración de rocas, albergue de la pereza y el crimen", fue llevada a cabo por '''Benjamín Vicuña Mackenna''', Intendente de Santiago, a partir de 1872. Fue una renovación integral, en el marco de la “Transformación de Santiago”, 20 medidas propuestas por Vicuña Mackenna destinadas a mejorar la condición urbana. Un centenar de presidiarios auxiliados por obreros especializados llevaron a cabo las obras, que incluyeron 18.000 carretadas de tierra vegetal. Los cadáveres de los disidentes fueron trasladados el [[Cementerio General]]. Se incorporaron estanques, fuentes de agua, vegetación nativa, caminos, jardines, luminarias y miradores. Las baterías del pusilánime y afeminado de Marcó del Pontt fueron convertidas en terrazas y en el '''Castillo Hidalgo'''. Hubo que trasladar tumbas de protestantes sepultadas en la ladera oriental. También pasaron a mejor vida las casuchas de la vereda oriente de calle del Bretón (hoy calle Santa Lucía) asentadas a los pies del cerro.  Los dinamitazos de los trabajos produjeron vidrios rotos y molestas varias entre los vecinos. Mientras se tramitaban las acusaciones legales el impetuoso Vicuña Mackenna ordenó intensificar las detonaciones. A fin de que los vecinos se protegieran, un policía anunciaba cada una con tres cornetazos. Para 1874, las obras estaban finalizadas. El gran peñasco sin vegetación y de escasa vinculación a la ciudad era ahora gran paseo público con riego artificial destinado a los habitantes “de bien” de la urbe. "Tardes exquisitas. Decididamente lo artificial tiene algo de bueno a veces", escribió el usualmente crítico Alberto Malsh. El parque resultante era conocido como "jardín aéreo".
{{cita|Hoy ruedan vehículos por donde ayer solamente volaban los pájaros. Las cumbres del histórico cerro se han alegrado al sentirse oprimidas por el diminuto pie de las hermosas. El arte ha ido allí a auxiliar la naturaleza; y auxiliado también por ella misma, ha convertido las rocas en estatuas; las ha hecho hablar con el murmullo de las aguas|Daniel Barros Grez, ''Como en Santiago''}}