Plantilla:Cerro Santa Lucia
Este es uno de los espacios públicos más notables de Santiago. De fácil acceso y en pleno centro de la ciudad, ofrece vistas panorámicas a sus barrios aledaños, gracias a sus casi 70 metros de altura.
Su historia remonta mucho antes a la llegada de los españoles a América, siendo un lugar sagrado donde los habitantes nativos del valle del Mapocho practicaban sacrificios. El español Pedro de Valdivia lo renombró Cerro Santa Lucía al tomar posesión del valle, debido a que su llegada fue un 13 de diciembre, dia en el que la santa padeció el martirio durante la persecución de Diocleciano. En esa colina establecieron los conquistadores españoles sus primeras ermitas: la de la Virgen del Socorro, de Santa Lucía, y de San Saturnino.
Durante la colonia, era un paseo habitual de los hombres el encaramarse por la ladera sur, para observar desde la altura a las mujeres de la Casa de Recogidas. En ese lugar eran recibidas desde 1723, mujeres arrepentidas por su mala vida, enviadas por la justicia por ser “mujeres públicas”, o por sus familiares y esposos para “corregir sus costumbres”
Durante la reconquista, Casimiro Marcó del Pont -último gobernador español en Chile- mandó a construir en el lugar dos fuertes para defender la ciudad de los ataques independentistas. Uno de estos fuertes, sirvió posteriormente como base para el Castillo Hidalgo.
En 1852 se estableció en el lugar el primer Observatorio Astronómico Nacional, el cual fue a su vez uno de los primeros observatorios astronómicos de América, y uno de los más activos en el siglo XIX. Sin embargo, la mayor y más importante transformación del cerro en la historia de la ciudad, fue llevada a cabo por Benjamín Vicuña Mackenna, Intendente de Santiago en 1872. Este proyecto, parte de las iniciativas de la “Transformación de Santiago” (una serie de 20 medidas propuestas por Vicuña Mackenna, a fin de mejorar la condición urbana), consistió en convertir el cerro, un gran peñasco sin vegetación y con escasa vinculación a la ciudad, en un gran paseo público para los habitantes “de bien” de la urbe. Desarrollado entre 1872 y 1874, el proyecto incorporó estanques, fuentes de agua, vegetación nativa, caminos, jardines, luminarias y miradores, materializando un imponente paseo urbano.
Muchas de estas obras posteriormente fueron demolidas, trasladadas, o simplemente desaparecieron; ejemplo de esto es el Acueducto Romano, inaugurado en 1874, y era una imponente arquería de ladrillo, decorada con estatuas y jarrones europeos. Se ubicaba en el lado sur-poniente, y permitia hacer descender las aguas subidas al sector algo y que alimentaban las fuentes. En esa época, la entrada principal era por el poniente, ya que no existía el acceso por Alameda.
No existen fuentes claras que expliquen qué pasó con esta imponente construcción, sin embargo se puede suponer que los terremotos debilitaron sus arcos, provocando su retiro. Esto mismo ocurrió con el Balcón Volado, otro elemento desaparecido del paseo, que permitía una vista majestuosa de la ciudad. La particularidad de este balcón es que estaba precisamente en voladizo (de ahí su nombre), lo que lo hacía frágil ante posibles movimientos telúricos.
Años después, se decidió construir un acceso principal y de carácter monumental por la Alameda. Esta entrada fue diseñada por el arquitecto Víctor de Villaneuve y se construyó entre los años 1897 y 1903 en estilo neoclásico, muy propio de la época.
El recorrido sugerido comienza entrando por el acceso principal de la Alameda. Luego de subir las escaleras se llega inmediatamente a la terraza donde se encuentra la Fuente Neptuno. Posteriormente se sigue subiendo el cerro por el costado oriente hasta llegar a la terraza Caupolicán. Desde aquí se sube hasta la Ermita de Vicuña Mackenna y la cima del cerro. No toma más de 20 minutos y la subida no es exigente, salvo por el último tramo en llegar a la cima que tiene una mayor pendiente y escaleras pronunciadas.
El incendio de la Iglesia de la Compañía
La Iglesia de la Compañía se ubicaba en la esquina de Compañía y Bandera. El 8 de diciembre de 1863 más de dos mil personas aguardaban en su interior la fiesta de la Concepción y el aniversario de las Hijas de María. Predicaba el cura Ugarte, diestro cultor de la oratoria sagrada, por lo que no cabía un alfiler. Llamas de origen desconocido se expandieron con rapidez por los adornos y la iluminación, de material inflamable. Mantas de crinolina que se prendían o enganchaban con facilidad en el mobiliario y largos vestidos de la feligresía principalmente femenina entorpecían el escape y provocaban caídas. Las puertas se abrían hacia adentro, por lo que la presión de la multitud volvió imposible abrirlas. Una de cada 27 mujeres santiaguinas murió allí.
Mientras las campanas tañían clamando socorro, los espectadores observaban impotentes. 146 carretones llenos de cadáveres rociados de cal abarrotaron la fosa del Cementerio General cavada por más de 200 hombres. Cuatro días demoró el entierro. Las bisagras dobles se volvieron obligatorias en las puertas las iglesias y surgió el primer cuerpo de bomberos de Santiago (el presidente conservador Manuel Montt, del periodo 1851-1861, veía sin mucha simpatía a los bomberos, a quienes asociaba con masonería, liberalismo y herejía protestante). Las campanas sobrevivieron al incendio. La más grande fue fundida y se hicieron dos, que se instalaron en la iglesia de San Ignacio. Otra se encuentra en la ermita de Benjamín Vicuña Mackenna, en el Cerro Santa Lucía. Una tercera está en el Museo del Ejército en El Huique, región de O'Higgins. Otras tres campanas fueron vendidas como chatarra al comerciante británico William Graham. Estuvieron 145 años en la Iglesia de Todos los Santos de Gales, hasta que en 2010 fueron instaladas en los jardines del ex Congreso. Fueron entregadas por el Reino Unido como regalo por el Bicentenario. Martina Maturana, la niña que hizo sonar el gong en la isla de Juan Fernández para alertar sobre el maremoto del 2010, fue la primera en tañirlas. |